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Cuando tenía 14 años, una amiga y yo nos fuimos saliendo de clases a un parque cerca de su casa. Ahí nos encontramos a dos vecinos suyos como de 12 años que nos platicaban algunas tonterías. Uno de ellos se quejaba de que tuvo una novia en el colegio que le rompió el corazón, que lo dejó por otro, y que además su padre lo obligaba a ir a lecciones de karate. Yo, que atravesaba una crisis familiar y me creía muy rebelde, le planté un beso en la boca para que se callara. Lo hice sin sentimiento, con destreza, sólo porque podía. Él no mostró resistencia: hasta cerró los ojos y se quedó con los labios levantados, queriendo que el beso continuara. Me preguntó si quería ser su novia. Tomé un autobús para irme a casa, huyendo de sus ojitos enamorados. Apática, le dije: “No entiendes nada”. A los días me envió una nota con mi amiga que decía: “Hola Lilian. Me gustó tu beso y tengo roto el 💔 otra vez por tu culpa. Pero quiero que me vuelvas a besar. Mi teléfono es ______ Soy Julio el amigo de Rita”.
Entonces le llamé para aclararle que no iba a suceder nada más, sin mentiras piadosas, directo todo. Me dijo “Bueno, gracias... bye bye" y ya nunca volví a saber nada de él.
He estado en su lugar dos o tres veces.