El niño estaba tan nervioso de contarlo, que rondó a su mamá durante toda la tarde. Daba vueltas, y preguntaba por el pan en la tienda, por las nubes y cosas cotidianas que nunca comentaba. Hasta que sintió explotar, por dentro:
-Mamá, me gusta una niña.
- Ohh y qué tal... [la madre reaccionó con naturalidad, como todas las madres amorosas ya sabía lo que sucedía]
- Yo no le gusto a ella.
Esa fue la frase más triste que el niño había dicho en toda su vida. Lo abrazó, porque no hay muchas palabras entre dos códigos distintos que buscan empatía. Al chiquillo se le cortaba la garganta cuando quiso contarle lo hermosa que era la niña, lo azul que era su vestido, lo rosa que eran sus labios. Pero no podía ni hablar; el calor de la barriga materna en la cara le hacía sentir al menos, vivo y acompañado.
-Me hubiera encantado conocer a tu padre a tu edad. Que nadie me rompiera el corazón, entregárselo así, sin penas. Pero yo no sabía ni lo conocía, y muchas veces estuve triste porque no lo encontraba. Luego lo conocí, y por fin terminó la búsqueda. Tendrás mucho tiempo para conocer a muchas personas ¿Quieres platicarlo con papi?
-No sé, a lo mejor se ríe.
-No, no lo hará. Quizá sonría. Porque hace muchos años, antes de que tu nacieras le dije que si teníamos un niño sería como yo. Y mira, cómo nos parecemos. Anda ve, platícale todo, te sentirás mejor y le haces un favor a tu madre al mismo tiempo.
-¿Cuál favor?
-Que me conozca de antes como si viajara en el tiempo, pero con tu cara que se parece a la de los dos.
viernes, abril 04, 2014
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