martes, noviembre 12, 2013

El hombre que me gustaba a los tres años de edad

Recuerdo que mi madre y yo caminábamos bastante. En el barrio que viví toda la infancia eso era posible: había panadería, frutería, carnicería y de todo cerca. He dicho antes que tengo muy buena memoria, es verdad.

Antes de entrar al preescolar, mamá me llevaba a todos sitios. Siempre me ha gustado acompañarla para ir de compras.

Pues bien, en la tienda de abarrotes a la que íbamos había mucha variedad de productos. Era un negocio sencillo atendido por una familia en la que todos eran hermosos. Las hijas tenían el cabello rubio cenizo, rizado y largo, muy de 1987. Usaban jeans "prelavados" y muchas pulseras de oro -que seguro les regalaron en sus quince años-. Yo pensaba que así me vestiría cuando fuera más grande. Uno de los hijos era guapo, delgado y también de tez clara. Atendía a veces en caja o lo veía cargando mercancía. Era simpático y fue estudiante de mi madre en la escuela primaria del barrio. Otro de los hijos era el que hacía los cortes de carne: no era muy simpático, pero tenía el cuerpo de un dios griego y el rostro muy parecido al de Josh Brolin, pero a los 19 años (por eso le he perdonado Old Boy a este actor, supongo).

Yo lo miraba fijamente. Supongo que eso no es raro cuando se es un niño. Los niños observan por necesidad, por aprender. También aprendía, claro. Sentía como cosquillas y un poco de vergüenza si él me miraba. Al llegar a la tiendilla, si nos atendía el padre, yo me decepcionaba, porque habría sido una caminata sin sentido, sin verle. Si nos atendía él, me dedicaba a observarlo desde que entrábamos. Lo  hacía lo más que podía, para tener un recuerdo muy nítido y luego imaginarlo hasta que iba de la mano con mi madre, y giraba el cuello para divisarle hasta que la tienda desaparecía siendo un punto fino en el horizonte. 

Este enamoramiento fue el primero de mi vida, por llamarle de algún modo. A pesar de que los niños que eran alumnos de mamá le llegaban con cuentos, diciendo que yo me tomaba de la mano con un niño. Era mi amigo Marcos, de mi grupo de preescolar, pero ellos malinterpretaban todo por su sucia mente. Entre más negaba este hecho, abuelita y ella decían que no sintiera pena porque me gustaran los niños. Pero tomarse de la mano, columpiarlas y vernos sonreír mutuamente de verdad no significaba eso. Uno puede hacer eso con los amigos, pero luego la sociedad, fanática del romance, atribuye todo eso al amor sexual. Nada que ver, Marcos tenía a veces tierra en las manos y me apretaba tanto que yo terminaba con ampollas. Pero a los amigos uno no debe reclamarles esas cosas.

Crecí y eventualmente iba a la tienda por mi cuenta, porque era un buen lugar para comprar. Y sabía que ese hombre seguía siendo perfecto, y que no era un alucinación de bebé mía, pero por prudencia trataba de no mirarlo demasiado. Yo nunca quise ni hablarle, sólo me interesaba mirarlo, si este decía una tontería el hechizo se acababa. Después supe que se casó, y que había terminado una carrera. Lo vi muy pocas veces, pero seguía viéndose igual. Me sorprendió toda la vida que un ser tan bello anduviera por ahí cortando carne de res y que no estuviera en la televisión o en una campaña blanco y negro de Calvin Klein (tirado en un desierto, con una mujer acariciándole el pecho, seguro).

Hoy soñé con él, pero no era él a la vez. Soñé que lo veía detenidamente mientras él cortaba carne en una cocina muy sofisticada. Sabía que yo lo miraba, pero no decía nada. Me le acerqué para seducirlo y él como que respondió un poco a mi cuerpo. Pero entonces soltó el llanto. Me agradeció: -Me he sentido tan mal estos días, que el que una mujer quiera seducirme me hace sentir un poco mejor-. No supe qué hacer, mas que abrazarlo. 

Desperté y recordé que ni siquiera sé su nombre ¿Qué habrá sido de mi primer amor?, ¿se sigue viendo bien a sus cuarenta y tantos?, ¿seguirá manejando bien las carnes? Sueño cosas muy antiguas últimamente.




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